5 jul 2011

Miedo.

Miedo. Freud ya hablaba de eso y de cómo la cultura se esfuerza cada día por combatirlo. O disfrazarlo. Nos planteaba la idea de una ilusión, la ilusión que nos lleva a creer que algo mejor puede pasarnos si hacemos todo lo que la cultura nos marca, si cumplimos con lo que dicen los de más arriba, si seguimos el mismo camino que nos enseñan cuando somos chicos, nuestra familia, la escuela, entre otras instituciones.
De miedo hablaba Freud, de eso que da miedo hablar y no se habla. De eso que es mejor hacer de cuenta que no está, que no existe, para hacer más fácil todo, para no pensar ni agotarnos tanto.
A mí me gusta hablar del miedo. Me gusta exteriorizar eso que otros callan, me gusta sentir que la cultura y yo tenemos como una especie de batalla eterna.
Tengo miedo de no arriesgar, de no jugar, de no seguir pálpitos, de no hallarme nunca más, de cambiar hábitos, de ceder, de no entender, de no tener control, de no preguntar, de no cuestionarme, de no pensar ni repensar, de no ir más allá, de jugar un papel que no sea el mío, de no poder cargar mi propia bandera, de volar lejos de mis pensamientos, de hacer lo que otros creen que es correcto, de perderme en la mirada del otro, de que mis contradicciones crónicas se vuelvan severas para mi salud mental, de caer en lo tradicional, en lo protocolar, en el ser para el otro y dejar de ser para mí misma.
Tengo miedo que me gane la cultura esta que es una de las más difíciles peleas.

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